05 julio 2022

Lecciones de los maestros

 

"Lecciones de los maestros" es el título de un libro de George Steiner, filósofo y crítico literario, que gira alrededor del intenso encuentro personal que tiene lugar entre las figuras del maestro y el discípulo.  Habla de muchos personajes ejemplares: Sócrates y Platón, Jesús y sus discípulos, Brahe y Kepler, Husserl y Heidegger, entre otros. A través de ellos analiza los distintos aspectos de esta compleja relación, como el poder del maestro y la vulnerabilidad del discípulo o el recíproco intercambio de confianza y amor, de aprendizaje y enseñanza entre el profesor y el alumno. 

Pero esta entrada no va de este libro, sino de lo que yo creo que es un maestro y del reconocimiento a las personas que lo han sido para mí hasta hacerme profesor de Física y Química.

Si empiezo citando este libro en vez de cualquier otro de pedagogía que trate el tema de las figuras del maestro y el alumno es porque, hace ya mucho tiempo, mi profesor de Química Física de la Universidad me recomendó su lectura cuando supo que ya me dedicaba a la docencia. Antes de leerlo, ya consideraba yo que este profesor había sido para sus alumnos, y especialmente para mí, un auténtico maestro. Pero ¿qué es para mí un maestro? ¿quiénes han sido mis maestros? Lo que sigue a partir de aquí es una reflexión puramente personal y subjetiva sobre estas preguntas.

 

Instructores, profesores, maestros

Según la terminología al uso, los docentes son los profesionales de la enseñanza, las personas en las que recae la tarea de la educación y la enseñanza dentro del sistema educativo.  Así, en la categoría “docentes” se incluyen educadores, formadores, instructores, monitores, orientadores, profesores (universitarios, de educación secundaria, de ciclos formativos) y maestros ( de taller, de educación  infantil y primaria).

El proceso de enseñanza-aprendizaje requiere generalmente una relación directa entre dos personas, el docente, que es el que da enseñanza, y el discente, que es el que la recibe. El primero pone a disposición del segundo  recursos como sus conocimientos, experiencia, habilidades comunicativas y de liderazgo o incluso el ejemplo de su actitud. El discente, por su parte, tiene en su mano el aprovechar este potencial en su propio beneficio y el de la sociedad en la que vive, para ir consolidando su educación y forjar sus propios conocimientos y habilidades; establece un “feed-back” con su mentor que retroalimenta su bagaje como docente.  Este  proceso se basa en una transferencia que tiene lugar  dentro de un binomio de personas:  docente-discente, profesor-alumno, maestro-discípulo. Para que ambos existan, el uno necesita al otro, y si tratamos de aislarlos desaparecen como tales.

Generalmente se suele utilizar el apelativo de profesor para los docentes de enseñanzas superior y secundaria, incluyendo formación profesional,  escuelas de idiomas y música, y academias, y el de maestro para los profesionales de enseñanzas infantil y primaria. Pero independientemente del significado preciso que hoy se le dé a cada palabra, significado que por otra parte va cambiando con los tiempos y las modas, yo pienso que los docentes y educadores en general se podrían distribuir en tres categorías que son a su vez tres niveles de jerarquía: Instructores, profesores y maestros.

El instructor es el docente que se limita a enseñar. Actúa como correa de transmisión entre la materia que hay que impartir y los alumnos. Cuando imparte sus clases, el instructor tira de manual, de apuntes y esquemas, y utiliza recetas genéricas que en muchas ocasiones poco tienen que ver con la realidad que tiene en su aula. Puede que tenga muchos conocimientos, pero no le preocupa que sus alumnos saquen beneficio de ello. El instructor puede que hable mucho, pero observa poco. Enseña, sí,  pero no considera el aprendizaje de sus alumnos como una parte esencial de su trabajo.

El Profesor ejerce la profesión de la docencia en el sentido más amplio. Cuenta con las virtudes de un buen instructor, pero tiene un valor añadido que es el de la profesionalidad. El profesor se preocupa no solo en enseñar a los alumnos como es debido  sino también de que estos aprendan. Tampoco descuida otros aspectos importantes de su profesión, como la planificación y programación de sus clases, la evaluación o su propia formación continuada como docente, y tiene claro que el objetivo de su trabajo es la educación de sus alumnos.   Los resultados logrados en el aprendizaje de éstos son el aval para que un docente pueda ser reconocido como profesor, y con esto no me estoy refiriendo en absoluto al porcentaje de aprobados.

El Maestro, finalmente,  además de ser un educador profesional que reúne  todo lo que se puede decir de un buen profesor, es aquel que logra dejar una huella personal en la formación de su alumno, que en este caso ya se podría calificar de discípulo. El maestro se ha implicado en la docencia a nivel profesional pero también personal. Ha dado una parte de él mismo a sus alumnos y éstos la han hecho suya, pues no sólo ha utilizado sus recursos didácticos con destreza sino que también ha sido capaz de transmitir ilusión, emoción y ejemplo. El maestro  ha conseguido crear un vínculo personal con el alumno, que no tiene que ser necesariamente de amistad ni muchísimo menos  de “colegueo”,  de tal manera que el alumno siempre  reconocerá a aquel como un referente personal que ha dejado huella no sólo en su conocimiento sino también en sus ilusiones y expectativas, a veces más allá de la propia disciplina que le impartió.    Un profesor sólo puede ganar el título de maestro cuando existe tal reconocimiento por parte de su discípulo.

Finalmente, estas tres categorías de instructores, profesores y maestros no las considero cerradas o excluyentes. Sus fronteras son difusas y la posición que puede ocupar un docente en medio de ellas no depende sólo de sí mismo, sino que influyen otros factores externos, como su estado actual de fuerzas y ánimo, la actitud del alumnado, el funcionamiento del centro docente o su relación con la administración educativa. Yo creo que todos los profesores nos hemos visto alguna vez a nosotros mismos surfeando entre estas tres aguas, pero si mi experiencia me ha enseñado algo es que cada binomio profesor-alumno es un universo particular y diferente de los demás. Uno puede ser llegar a ser un  maestro para uno y no pasar de instructor con otro, en otro momento y circunstancias.

Todos hemos sido alguna vez alumnos, algunos también hemos ejercido la docencia. Más allá de reconocer la labor profesional de muchos de nuestros docentes ¿Quién no recuerda a algún profesor o profesora especial que le haya dejado huella en su educación o al que deba su vocación profesional, o alguna profesora o profesor admirado con esa mezcla de reconocimiento y cariño que sólo un maestro puede tener en exclusiva?

Yo sí que los he tenido. Fueron unos cuantos. A ellos les debo en gran parte tanto mi vocación como mi preparación como profesor de Física y Química, labor a la que me he venido dedicando durante más de 35 años.  De una forma u otra, cada cual a su manera y en mayor o menor medida, todos ellos fueron mis maestros. Y ahora, retirado ya de la docencia en activo, me gustaría hacer público mi agradecimiento hacia ellos.

 

Reconocimiento a mis maestros

De la veintena de profesores de química o de física que he tenido en total, sólo cuatro fueron profesoras que, aún siendo buenas profesionales, no adquirieron la categoría (subjetiva y personal) de maestras. Puede que llame la atención la ausencia de mujeres en mi lista, pero es una mera cuestión estadística. Lo digo por si acaso.

Empiezo desde la enseñanza secundaria, en el Instituto San Pelayo de Tui. Allá por los años 70, tuve dos profesores de Física y Química a los que debo de estar bien agradecido. A José Manuel Castedo, con su entusiasmo y su claridad en la explicación, por haber despertado en mí el interés por la asignatura, y a Manuel Agrafojo, porque durante los tres últimos años del bachillerato (antiguamente duraba 6 + 1) fue el responsable de mi preparación en estas dos materias hasta el final de esa etapa, dejándome en buenas condiciones para iniciar mi carrera de químico.

En la Facultad de Química de la Universidad de Santiago de Compostela tuve la suerte de poder contar con muy buenos profesores, algunos de ellos de reconocido prestigio científico internacional. Sin ánimo de dejar de reconocer la capacitación y profesionalidad de la mayoría de ellos, sólo unos pocos han merecido para mí la categoría de maestros y es a ellos a quienes quiero citar.

Mi gran maestro fue Julio Casado Linarejos, entonces catedrático de Química Física y jefe de dicho departamento, de quien ya he hablado al principio sin nombrarlo al referirme al profesor que me recomendó la lectura que da título a esta entrada. El profesor Casado era uno de esos catedráticos altamente reconocidos. Su pequeño tamaño físico se crecía cuando impartía sus clases de Química Física.  Era exigente y sus clases eran exhaustivas, a veces agotadoras, pero de un altísimo nivel de contenido, tanto en cantidad como en calidad. Eso por no hablar de su gran calidad didáctica, Don Julio (Julito, como nos referíamos a él sus alumnos cariñosamente  en la clandestinidad) explicaba los conceptos y problemas más complejos de la química cuántica o la termodinámica estadística con una claridad espectacular y una pasión que se contagiaba, y sin perder nunca de vista la biografía de sus autores y su contexto histórico. Trabajaba y hacía trabajar, entendía y hacía entender. Sus exámenes eran agotadores, de hasta seis horas, pero tenían una ventaja y es que es que siempre se sabía qué es lo que iba a caer… ¡Todo!. A él le debo mi interés, que dura hasta hoy, y los cimientos de mi modesta preparación en el campo de la Química Física, además de haber despertado en mí una afición a la literatura tanto científica como general que en aquellos tiempos tenía un poco adormilada. 

 

La Química Física

Abro un paréntesis en este relato. En varias ocasiones me han preguntado que qué es la Química Física. Si acudes a los escritos, encontrarás varias definiciones un tanto ambiguas. A mí me gusta decir que la Química Física o, lo que es lo mismo, la Fisicoquímica,  es Física al servicio de la Química. Es química en cuanto a los objetivos y los temas que trata, pero es física en cuanto a su desarrollo y  procedimientos.  Así, La Química Física no es un bloque de contenidos más ni un compartimento estanco dentro de la química general, sino que se aplica a todas las ramas de ésta, como la química inorgánica, La química orgánica, la bioquímica, la química cuántica, la electroquímica o la termoquímica, por citar algunas. 

Utilizando un símil balístico, la Química Física sería como el caso de un tirador que apunta con su arma a un objetivo. El objetivo o la diana serían los sistemas químicos y sus diferentes aspectos (las sustancias químicas, sus propiedades y reacciones, disoluciones, átomos y moléculas…,). El arma sería la Física y su metodología (cinética, termodinámica, mecánica clásica o cuántica, electromagnetismo… , y la munición la Matemática (cálculo, álgebra, estadística…). En cuanto al propio tirador que con su destreza y experiencia hace lo posible por sacarle partido al arma y hacer blanco en la diana, sería el equivalente a los profesionales y estudiantes que ejercen esa disciplina así como a todos los autores que han contribuido a crear su abundante bibliografía.

Abundando un poco más. Si actualmente la Química es lo que es, una ciencia completa y precisa con un enorme potencial tanto descriptivo como predictivo y un vasto campo de aplicación que se extiende más allá de los sistemas químicos propiamente dichos, es gracias a la Química Física. Sin la ayuda de la Física, la Química se hubiera quedado estancada en un compendio de descripciones y recetas. 

 

A lo que estábamos. Mis maestros

Cerremos este paréntesis y  volvamos a hablar de mis maestros. Florencio Arce fue mi primer y mi último profesor de Química en la Facultad. En primero me dio una visión muy clara y completa de lo que era la Química General, con la calidad de sus explicaciones lo hacía todo fácil. En quinto volvimos a encontrarnos, con la Electroquímica.

En segundo tuve la suerte de ser alumno del carismático profesor de Química Inorgánica Manolo Bermejo, de enorme talla tanto científica como humana, quien además de explicar impecablemente esta disciplina, fue capaz de hacernos ver la conexión de la Química que nos enseñaba con la realidad social en la que nos desenvolvíamos. Manolo Bermejo fue a su vez un pionero en normalizar la lengua gallega en el mundo de la comunicación científica.

Rafael Suau, profesor catedrático de Química Orgánica, con su sabiduría y profesionalidad en el aula, fue el artífice que consiguió que yo aprendiese a estudiar correctamente y a dominar  esta vasta y dura parte de la química que tanto tiempo y esfuerzo exige.

Y  volviendo a la Química Física, quiero terminar citando a Juan Manuel Antelo, mi profesor de Cinética Química y director de tesina durante mis dos últimos años de carrera. Él me formó en esta especialidad y con él aprendí a hacer investigación experimental y teórica en este campo de la química. Con su estilo tranquilo, amable, dejándome aprender a mi ritmo y depositando en mí toda su confianza.

Reitero mi reconocimiento a la labor de todos los profesores de los cuales he sido alumno y que no he citado aquí, pues todos han contribuido a mi formación, pero siempre estaré especialmente agradecido a las lecciones de mis maestros.

 

 

 

06 junio 2022

¿Por qué es el cloro mi elemento favorito?

 

Con motivo del año internacional de la tabla periódica en el 2019, la Universidad de La Rioja  organizó la primera edición del concurso escolar anual “Apadrina un elemento”. En este concurso, equipos de alumnos tenían que elegir un elemento químico, estudiarlo y, después de hacerlo un poco suyo, hacer una presentación en vídeo que justificase por qué habían apostado por él. El hierro, el azufre y el magnesio fueros los elementos apadrinados por las alumnas ganadoras de las tres ediciones anuales que se han celebrado hasta ahora. Sí, alumnas, tres equipos de chicas. ¡Bravo por ellas!

Está bien esa idea de humanizar los elementos químicos e imaginarlos dotados de carácter y personalidad. Cada uno con sus virtudes y defectos, con sentimientos, capaces de entablar relaciones los unos con otros como si fueran personas. No es muy científico, pero resulta divertido y es más verosímil de lo que parece. En ocasiones los profesores nos servimos de esto para ayudar a los alumnos a entender algunos conceptos  relacionados con el enlace o la reactividad química de los elementos. Ya se sabe, como aquello de que “el oxígeno está ansioso por captar dos electrones y el calcio está incómodo reteniendo los suyos mientras vive esperando que alguien se los acepte, se encuentran y ¡zas! el oxígeno se los toma y se quedan los dos a gusto atraídos el uno por el otro, juntos como una pareja estable”. 

 

¿Cuál es tu elemento favorito?

Volvamos al inicio. ¿Cuál dirías tú que es el elemento más importante? ¿el más abundante? ¿tal vez el más útil? ¿el más cercano y familiar? o sencillamente el que te cae mejor por eso de imaginártelo con personalidad propia.

 Para muchos, entre los que se incluyen mis excompañeras del departamento de Física y Química del Instituto, químicas orgánicas de formación, el elemento más importante es el carbono. Se supone que por eso de que es “el elemento de la vida” y que tiene una capacidad ilimitada para formar todo tipo de estructuras, y que más del 95% de los compuestos químicos conocidos lo contienen, y bla, bla, bla…  pero a mí el carbono me parece un elemento mediocre que se lo tiene un poco creído a fuerza de que le hagan tanto la pelota y con un complejo de superioridad poco disimulado. Siempre me he imaginado al átomo de carbono como un señor aburrido pero sobrado que mira por encima del hombro a los demás, siempre dejándose adular por el hidrógeno, otro elemento que no puede ser más simple y que se apaña por igual con cualquiera que se le arrime. Es cierto que el carbono puede encadenar unos átomos con otros formando un número ilimitado de configuraciones. Sí, pero sin gracia, como un currante que no sabe hacer otra cosa que apilar ladrillos o montar andamios. Por sí mismo no tiene personalidad, Los miles de estructuras que se monta con el hidrógeno, su perrito faldero, que son los hidrocarburos, son variaciones de lo mismo, una colección de clones cuya química no puede ser más anodina. Son los heteroátomos, como el oxígeno, el nitrógeno, el azufre, o los halógenos, los que le dan la gracia y la versatilidad a la química orgánica y los que multiplican casi hasta el infinito la diversidad de los compuestos del carbono.

Si me preguntan por mi elemento favorito, para mí es el cloro. Sin dudarlo. No cabe duda de que desde un punto de vista objetivo se trata de un elemento importantísimo, como explico más adelante; pero es que además, subjetivamente, yo le profeso un reconocimiento especial. Digamos que me cae bien y que estas alturas, por varias razones, el cloro es para mí como un viejo amigo.

  

Breve semblanza del cloro

Gas cloro (dicloro Cl2) en un balón de vidrio
El cloro, de símbolo Cl, es el elemento número 17 del sistema periódico. Es un no metal representativo perteneciente a la familia de los halógenos (grupo 17), concretamente el segundo (periodo 3), situado por debajo del flúor y por encima del bromo. Sus átomos tienen un tamaño pequeño tirando a mediano y su configuración electrónica es 1s2 2s2 2p6 3s2 3p5. Esta configuración peculiar, con 7 electrones de valencia en su tercera y última capa, a falta de uno para cerrar el octeto, es responsable de los altos valores para su afinidad electrónica y energía de ionización y por lo tanto de su muy alta electronegatividad. Además tiene orbitales d vacíos de la misma capa a su disposición que le permiten  deslocalizar esos electrones con facilidad para formar con ellos hasta siete enlaces. Esta estructura determina así su comportamiento químico, caracterizado por su fuerte carácter oxidante y su alta reactividad con los metales para formar cloruros. También forma una enorme variedad de compuestos moleculares de carácter ácido con el oxígeno, y con la mayoría de los no metales, llegando a presentar hasta 6 números de oxidación distintos (±1, +3, +4,  +5, +7). 

En su estado elemental, el cloro se presenta como un gas tres veces más denso que el aire, de color amarillo verdoso, tóxico, muy irritante que se puede licuar a presión normal a -34 ºC. Es muy oxidante y está formado por moléculas diatómicas Cl2. Es un elemento bastante abundante en la naturaleza, pero no se encuentra libre sino combinado en forma de sales, cloruros principalmente, en gran parte disueltas en la hidrosfera. El cloro fue aislado por primera vez por el químico sueco C. W. Scheele en 1774.

Volviendo a la personificación de los elementos. Cuando pienso en el átomo de cloro, yo me lo imagino como un hombre maduro pero fuerte, seguro de sí mismo. Vale que es un poco brusco con los demás, sobre todo con los metales (que siempre los he imaginado del  género femenino, supongo que por eso de su brillo especial y su afinidad complementaria por los no metales y también porque el enlace metálico siempre me ha parecido un  arreglo muy femenino. Pero el cloro es honesto y claro, no engaña a nadie, exige su electrón y así se lo va a hacer notar a los demás. A cambio él será fiel y mantendrá una relación estable y duradera con quien esté dispuesto a cedérselo. Vamos, que el cloro es el machote de la tabla periódica, pero dicho en plan cariñoso y despojando a este calificativo de cualquier connotación negativa.  Sólo hay dos elementos que le ganan en electronegatividad, o lo que es lo mismo, en su avaricia por los electrones propios y ajenos. Uno es de su familia, el flúor, su hermano pequeño. Pero el flúor es un jovenzuelo violento, irascible y sin principios, un egoísta imprevisible que no respeta a nada ni a nadie, hasta el punto de no respetar ni al químico que lo descubrió, a quién mató, ni a sus vecinos del grupo 18, los gases nobles, a los que todos respetan y que nunca se meten con nadie. El otro es el omnipotente y omnipresente oxígeno, el capo de la tabla, el líder con el que todos van a tener que relacionarse. Sería mi preferido de no ser por la debilidad personal que tengo por el cloro. 

 

Utilidad y aplicaciones

Hace ya tiempo que el cloro se decidió a colaborar con la humanidad para mejorar nuestro bienestar ¿o fue al revés? No sé.

La lista de aplicaciones beneficiosas del cloro y sus compuestos derivados se puede hacer interminable. Me limitaré a citar, de forma general, algunas de las más importantes.

En la naturaleza es el principal soluto del agua del mar, de donde puede extraerse, y  uno de los oligoelementos esenciales para la vida.

Es con diferencia el principal desinfectante, empleado en todo tipo de locales y para toda clase de materiales, sanitarios, domésticos o industriales,  en forma de lejías u otros productos de limpieza.

Ha sido y sigue siendo el mejor tratamiento potabilizador de las aguas en todo el planeta, y de esta manera el mejor freno que ha existido para evitar la propagación de muchas  enfermedades infecciosas.

Es uno de los oxidantes más empleados en el blanqueo de fibras textiles y papel.

Los insecticidas, fungicidas o plaguicidas más eficaces  son derivados del cloro.

Es el punto de partida de la fabricación del ácido clorhídrico, a partir del cual se deriva una enorme variedad de procesos industriales que abarcan todo tipo de productos y materiales, para la agricultura, la madera, la construcción, la maquinaria o la minería, por citar solo unos pocos.

Por ir acabando, decía antes que la química del carbono sería un poco sosa si no fuese por los heteroátomos. El cloro es uno de ellos, y el empleo de los compuestos organoclorados es una de las principales herramientas que tienen los químicos para sintetizar moléculas cada vez más diversas y complejas que permiten crear nuevos productos como medicamentos, polímeros y plásticos, revestimientos, fibras textiles, o nuevos materiales.

 

Justificación

Creo que conozco bien al cloro. Lo he estudiado bastante, más que a otros elementos,  y lo he explicado también. Me he interesado por la historia de su descubrimiento y sus muchísimas aplicaciones, por su estructura atómica y sus propiedades químicas, por sus beneficios y sus peligros. El cloro fue la herramienta de trabajo con la que aprendí a investigar en el laboratorio de la universidad. Lo he obtenido, lo he hecho reaccionar, también he sufrido el punzante ardor en mi pecho al inhalarlo accidentalmente y el escozor de sus ácidos en contacto con mi piel.

Es al cloro y sus derivados a quien he venido confiando todos los días de mi vida  la limpieza de mi casa, la salubridad de mi agua y la desinfección de los patógenos que han amenazado a mi salud. Pero no sólo eso, también me he beneficiado día tras día de los innumerables materiales de los que forma parte ya sea directa o indirectamente, materiales con los que me he vestido, con los que he mejorado el confort de mi vivienda, con los que he jugado y he trabajado. Todo esto a un bajo coste. Y qué decir de las cosechas que han salvado sus agroquímicos y el avance que ha supuesto para la higiene de los alimentos.

Sería imposible de cuantificar los millones de vidas que se han podido salvar gracias al cloro durante los últimos cien años gracias a su protagonismo en la higiene y desinfección, así como en la síntesis de nuevos materiales y productos que han mejorado nuestras condiciones de vida.

Pero siempre hay un lado oscuro. El abuso irresponsable de pesticidas organoclorados como el DDT, o deficiencias de control en la obtención industrial de sus polímeros y compuestos para surtir al mercado de materiales, así como en su eliminación, han tenido un importante impacto tanto en el medio ambiente como en la salud de las personas. También el cloro ha sido utilizado deliberadamente para quitar vidas en la guerra química desde la primera guerra mundial pero, en mi opinión, la culpa no la tiene el cloro sino la actitud de los señores de la guerra, quienes de no haber matado así a miles de personas con sus derivados, lo hubiesen hecho igualmente con otras armas convencionales.

En cualquier caso, el impacto que ha tenido el uso del cloro en beneficio de la humanidad resulta ser muchísimo más importante que los daños colaterales, que sin duda hay que esmerarse en atajar.

Decía al principio que el cloro es para mí como un viejo amigo, y es que al  cloro más vale tenerlo de amigo que de enemigo. Tiene carácter fuerte, es dominante, incluso puede llegar a ser peligroso. Pero es honesto. Si lo respetas te respetará, pero si le provocas reaccionará hasta reducirte. O mejor dicho ¡hasta oxidarte!

 

 

 

 

04 mayo 2022

Hablemos con propiedad (segunda parte)

 

1. Láser, wifi, ADN… Cuidado al escribir siglas y acrónimos

Se llama sigla tanto a la palabra formada por las iniciales de los términos que integran una denominación compleja, como a cada una de esas letras iniciales. Son siglas OTAN (organización del tratado del Atlántico Norte), USB (universal serial bus), ARN (ácido ribonucleico), PVC (polivinyl chloride), led (light emisión diode), láser (light amplification by stimulated emisión of radiation).  

Las siglas que se pronuncian como una palabra (OTAN, láser, led) reciben el nombre de acrónimos

También son acrónimos los términos formados no por iniciales sino   por unión de elementos de dos o más palabras: teleñeco (de televisión y muñeco, transistor (de transfer y resistor), wifi (de wireless fidelity®)  y radar (de radio detecting and ranging).

Empleamos habitualmente multitud de siglas y acrónimos en el lenguaje común, en este caso en castellano, pero muchos más en el lenguaje científico y técnico de cada especialidad;  por esta razón es importante seguir un criterio común, tanto al escribirlos como al pronunciarlos, que evite dispersión y confusiones. Aunque esto bien pudiera ser un tema para debate, es la RAE quien asume esta responsabilidad y somos los hispanohablantes los emplazados a seguir sus normas.

El DPD de la RAE (Diccionario Panhispánico de Dudas  de la Real Academia Española, he aquí una sigla y un acrónimo) sienta un criterio general sobre cómo se forman y como deben escribirse: https://www.rae.es/dpd/sigla, https://www.rae.es/dpd/acr%C3%B3nimo 

Se resumen a continuación las principales conclusiones para el uso correcto de estos términos.

Cómo escribirlas. Las siglas, sin puntos y en mayúsculas. Si el acrónimo ha cuajado lo suficiente en el lenguaje común se pondrá con minúsculas (sida, wifi, láser, led). Si provinieran del inglés u otro idioma, con sus letras y orden originales (USB, PVC, sida), salvo que la sigla se haya convenido formarla también en castellano (ADN en vez de DNA, sida en vez de AIDS). Si refieren a organismos, siempre con mayúsculas (ONU, CERN)

Cómo leerlas. Si es pronunciable en castellano, como si fuera una palabra; si no, deletreándola. (COVID = covid, PET = pet, DVD = de-uve-de, CFC= ce-efe-ce)

¿Qué género?. Para las siglas, el que corresponda a la palabra núcleo del conjunto: El ADN (el ácido desoxirribonucleico), el PVC (el policloruro de vinilo), la PCR (la reacción en cadena de polimerasa). Para acrónimos  por unión de palabras,  el género del  sustantivo que lo suele complementar (el  láser (el rayo), el radar (el sistema), la wifi (la red)).

El plural. Si el acrónimo ya se ha incorporado al léxico común, se aplican las reglas habituales de formación de plural añadiendo –s ó –es (ovnis, radares, ledes, wifis). Si son siglas en mayúsculas, no se debe añadir –s ni ‘s final, como suele hacerse en inglés. En este caso el plural se aplica en los determinantes (los CFC, las PCR, algunos USB)  

 

2. Números, cifras y guarismos

Estos conceptos suelen confundirse a menudo. Empecemos por consultar el diccionario:

  • Número: 1.- Expresión de una cantidad con relación a su unidad. // 2.- Signo o conjunto de signos con que se representa el número. 
  • Numeral: 3.- Cuantificador que expresa un número. 

  • Cifra: 1.- Número dígito (que puede expresarse con un solo guarismo) // 2.- Signo con que se representa un número dígito.

  • Guarismo: 2.-Cada uno de los signos o cifras arábigas que expresan una cantidad // 3.- Expresión de cantidad compuesta de dos o más cifras.

Hilando fino entre las definiciones del diccionario y el uso más específico que se hace de estos términos en las disciplinas que los utilizan,  El número es un ente matemático mientras que el numeral es la representación escrita de ese número con cifras o guarismos. De entrada parece que cifra y guarismo podrían pasar por sinónimos, pero una cifra sólo se debe llamar guarismo si es arábiga (1,3,0,...), aunque también se puede llamar guarismo a un numeral formado por varios guarismos arábigos (130)

Un ejemplo: El número de años transcurridos entre el nacimiento de Jesucristo y la llegada de Colón a América se puede representar por distintos numerales, que valen lo mismo pero que utilizan diferentes tipos y cantidad de cifras. Veamos cuatro de ellos:

1492          ١٤٩٢       10111010100          MCDXCII

  • Los dos primeros son los más comunes. Están escritos en sistema decimal (sistema posicional de diez cifras, correspondientes a los números enteros del cero al nueve). Están formados por cuatro de estas cifras o guarismos, del mismo valor en ambos casos pero escritos con diferente símbolo. Los guarismos son arábigos o indoarábigos en los dos, pero en el segundo están escritos en la grafía del árabe oriental.

  • El tercero está escrito en el sistema binario (posicional de dos 2 cifras, correspondientes a los números enteros cero y uno). Aquí se necesitan once cifras o guarismos de entre los dos que utiliza este sistema.  

  • El último está escrito en “números romanos” , que es un sistema no posicional que utiliza 7 cifras que en este caso se simbolizan con  letras del alfabeto latino, correspondientes a los números enteros:  uno, cinco, diez, cincuenta, cien, quinientos y mil. El numeral así escrito requiere de siete de estas cifras, letras en este caso, pero no guarismos.

Es inevitable percibir cierta confusión y ambigüedad en estos términos. En todo caso, debe quedar clara la diferencia entre número (concepto matemático que se refiere a una cantidad) y cifras y guarismos (símbolos adoptados para representar esa cantidad)

 

Evolución de los guarismos indo-arábigos, todavía empleados en la escritura árabe, a los arábigos occidentales


3. Billones y miles de millones

Cuántas veces nos habrán confundido al no reparar en la diferencia que hay entre los billones que usan en algunos países, entre ellos los de habla inglesa y los billones que contamos aquí. No son lo mismo, un billón de allá son sólo mil millones de aquí y no un millón de millones.

Esta discrepancia radica en la escala de numeración empleada en cada lengua o país, que puede ser corta o larga.

Número

Nombre escala larga

Nombre escala corta

1.000.000

Un millón

Un millón

1.000.000.000

Mil millones

Un billón

1.000.000.000.000

Un billón

Un trillón

1.000.000.000.000.000

Mil billones

Un cuatrillón

1.000.000.000.000.000.000

Un trillón

Un quintillón

 

En español se usa la escala larga. El salto de millón a billón, trillón, etc. se hace  cada 1.000.000 unidades, es decir, de millón en millón. Sin embargo, los países de habla inglesa utilizan la escala corta. Hasta acercarse al  límite de los mil millones coincide con la escala anterior, pero el salto a billón, trillón, etc. se hace cada 1.000 unidades.

La escala larga es la más utilizada en la Europa continental así como en Sudamérica y Centroamérica, excepto Puerto Rico y Brasil. La escala corta es utilizada en la mayoría de los países de habla inglesa y árabe. En África hay algunos países que utilizan una y  otros la otra. Japón, China, India y otros países del sudeste asiático usan una nomenclatura diferente a las dos anteriores.

Así que habrá que tomarse con muchas reservas el dato cuando nos hablen de billones o trillones según de qué país proceda el texto o la noticia y cómo lo hayan querido traducir.

Mientras al contar en lengua española, un billón siga equivaliendo a mil millones, la traducción al español del término “billions” tiene que ser miles de millones, y no billones. Cualquier otra suposición no explícita no haría más que confundirnos.  Algunos traductores y periodistas deberían tener más cuidado con esto.

Mucho cuidado.  One billion dollars  es ¡mil veces menos! que un billón de dolares


4. ¿Centro o epicentro?

A estas alturas ya parece una batalla perdida. Prácticamente todos los medios de comunicación y la misma calle hablan de “el epicentro” de un suceso, como puede ser una epidemia, un huracán, una catástrofe ecológica,  cuando en realidad  sería más propio hablar de el centro, el origen o el foco del suceso. Posiblemente esta degeneración del lenguaje venga de comparar el suceso en cuestión con un terremoto, de forma un tanto sensacionalista.

Según el diccionario, el epicentro (Del lat. cient. epicentrum, y este del gr. ἐπίκεντρος epíkentros 'situado sobre el centro')  es el centro superficial del área de perturbación de un fenómeno sísmico, que cae sobre el hipocentro. O sea, que el origen del terremoto está bajo tierra y se manifiesta sobre la superficie expandiéndose desde el epicentro hacia el exterior. En cualquier otro suceso que tenga lugar sobre la superficie de la Tierra, como cualquiera de los que se han citado antes, carece de sentido anteponer los prefijos – hipo o –epi  (bajo o sobre) a lo que es el centro del suceso.

Si Europa es el epicentro, ¿será que habrá que buscar bajo tierra a los no vacunados? A lo mejor eran mineros.



5. Área y superficie

Es frecuente hacer pasar estos dos términos por sinónimos, pero no son lo mismo.

Una superficie es un ente matemático de dos dimensiones. las superficies pueden ser de muchos tipos como, por ejemplo, la superficie exterior de una canica, que es esférica, cerrada, convexa  y poco extensa; o la superficie de un lago, que es plana, más extensa y con un borde que define su perímetro. En toda superficie pueden definirse propiedades medibles como las que se citan en estos ejemplos.

El área es un concepto métrico que mide lo extensa que es una superficie. Tiene dimensiones de longitud al cuadrado (L2), por lo que se puede expresar en unidades como m2, cm2, in2 u otras no tan evidentes pero que tienen su equivalencia en L2, como hectáreas (1ha = 10 000 m2) o acres (1 acre = 4 840 yd2)

En toda superficie se pueden definir o medir diferentes cualidades. El área, que mide su extensión, es una, pero hay otras como su curvatura, su convexidad o  su perímetro.

Podemos entendernos si decimos que la superficie de un terreno es de 1,23 hectáreas o que la superficie exterior de un cilindro es de 235 cm2, pero en rigor nos estamos refiriendo al área de su superficie.